Un presidente que rechaza presentarse ante una comisión del Parlamento gobernada por la mayoría de oposición y la llama “circo”, pero luego admite antiguas vinculaciones profesionales que antes negó con una empresa ligada a la corrupta Odebrecht. Una mayoría de oposición que responde proponiendo interrogar entonces a la primera dama, imprecando al presidente que se “deje de esconder detrás del sillón presidencial”.

 

Una oposición parlamentaria que amenaza al fiscal con una denuncia constitucional y luego le dice si necesita otro incentivo como ese –la amenaza de denuncia– para cumplir con su labor. Un fiscal que solicita y consigue una orden judicial para allanar los locales partidarios de la mayoría opositora, cuyos miembros, a su vez, intervienen exaltadamente en el allanamiento, considerándolo un atropello a sus derechos bajo motivaciones políticas.

Una minoría parlamentaria que constantemente se queja de recibir un trato aplastante por parte de los congresistas de la mayoría, y renuncia a participar con ellos en la comisión de Ética, pues no acogen ninguna de sus demandas y hacen espíritu de cuerpo aún en los casos de flagrantes inconductas. Una mayoría opositora que acusa a los renunciantes de ser antidemocráticos y querer amedrentarlos mediante esas protestas.

El allanamiento del Ministerio Público a los locales de Fuerza Popular ha sido otra manzana de discordias sin tregua ni cuartel.

¿Obra bien la comisión Lava Jato en cumplimiento de sus funciones al convocar al presidente de la República? Totalmente, es parte de su labor. ¿Puede negarse el mandatario a presentarse o recibir en persona a los miembros de esa comisión para absolver sus preguntas? También puede, es legítimo y está en todo su derecho. ¿Puede convocar el Parlamento a la primera dama? Claro que sí, nada se lo impide.

Lo mismo, en la acusación constitucional y en el allanamiento, ambos estamentos del Estado peruano han obrado en cumplimiento de sus obligaciones y ceñidos a sus fueros. Inclusive, la participación de los congresistas de la mayoría fujimorista no ha pasado de las actitudes –grabaciones con celular, resistencia y presión verbales– a los hechos –obstrucción–, a menos que el Ministerio Público señale y demuestre que ha sido así.

¿Es democrático que la mayoría opositora haga valer sus votos en las comisiones o en el Pleno? Pues claro que sí, la parcialización de la que habla Juan Sheput es una práctica normal en los parlamentos, aunque sea una de las debilidades de la democracia representativa. ¿Es un chantaje que por esa razón el oficialismo y otras minorías renuncien a la Comisión de Ética como señala el fujimorismo? Tampoco, es igualmente su legal prerrogativa.

Como podemos observar en estos casos, en que a las partes en contienda les asiste alguna porción de razón, la intransigencia ha llegado a niveles perniciosos para el desenvolvimiento político del país. El fuego de una polarización al que las encuestas con su superficialidad, el periodismo con su ligereza y los opinólogos (como hoy Fernando Rospligiosi hablando de “posibilidad de vacancia”) con su irresponsabilidad, echan leña.

El fuego de una polarización al que las encuestas con su superficialidad, el periodismo con su ligereza y los opinólogos (como hoy Fernando Rospligiosi hablando de “posibilidad de vacancia”) con su irresponsabilidad, echan leña.

A eso debemos sumar que cada una de las agrupaciones políticas nacionales insiste en señalar la paja del ojo ajeno en lugar de ver la viga en el propio, señalar quién es el más corrupto. Nadie parece dispuesto a pensar primero en el país. Y el precio de esa indolencia –como ya venimos advirtiendo– será muy alto en su momento. Lo veremos en las elecciones subnacionales de 2018. Lo veremos en las presidenciales de 2021.

Si alguno cree salir ganando en estas escaramuzas políticas en que se encuentran enfrascadas mayorías, minorías y Ejecutivo, se equivoca. Las victorias pírricas se llaman así porque, como el rey Pirro –que venció a los romanos con tantas pérdidas que exclamó: “Otra victoria como esta y volveré solo a casa”–, el supuesto “triunfador” sale definitivamente arruinado. Y lo peor es que siempre termina empujando a la ruina también a su propia nación.

Ojalá la proximidad de las fiestas navideñas trajese vientos de armonía, treguas que permitan al país curarse las heridas, y a los bandos políticos recuperar la perspectiva y la compostura. Y regresar enfocados en atender las tareas pendientes. Pues, pase lo que pase, el Perú necesita continuar, recuperarse de los desastres naturales y humanos, aprovechar las oportunidades que trae el que todos vaticinan como un mejor año que 2017.

Como dice la canción, soñar no cuesta nada, solo tiempo.

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