Hoy que se acerca una nueva solicitud para declarar la vacancia presidencial por incapacidad moral, convendría recobrar la compostura perdida en casi un mes de vaivenes y sacudones políticos, que a las bancadas minoritarias parece entusiasmar sobremanera aunque lo disfracen mal con discursos huecos, mientras que a la oficialista y a la resquebrajada mayoría les quita el sueño mucho más de lo que están dispuestas a admitir.
¿Se puede negar que la opinión pública está dividida? De ninguna manera. ¿Se puede admitir que los dichos, acciones y gestos de cada sector en conflicto ayudan poco o nada a brindar una orientación que permita recuperar la calma en el país? Absolutamente.
Una reciente tragedia nos puede servir para ilustrar esta situación. Imposible olvidar las imágenes del hombre que en medio del reciente accidente en Pasamayo, lejos de conmoverse y practicar la solidaridad, como un ave de rapiña entre los cadáveres y los heridos, dio rienda suelta a la más abyecta avaricia, despojando a las víctimas.
Creyó que la desgracia ajena era la oportunidad de su vida.
Así también, visto con la distancia que proporciona haber dejado correr los días observando las diversas conductas, uno llega a la triste conclusión de que ninguno de nuestros sectores políticos da la talla para conducir el país, que solo piensan en la manera de sacar provecho al momento agudo o salvar su pellejo.
Mientras un Ejecutivo anodino sigue remando en las aguas turbias y densas de sus desatinos para intentar la conformación de un gabinete con que encare la nueva etapa que llama de modo tan inoportuno “de la reconciliación”, el fujimorismo disimula pésimamente con utilería de medio pelo el amargo bocado que le significa volver a someterse, por la fuerza de las circunstancias, a un liderazgo del que se creía aliviado. Alberto Fujimori es el aguafiesta, ante el cual, con sonrisa histriónica, los nuevos y precarios dueños de las pequeñas cuotas de poder repartidas por Keiko Fujimori, rumian su intempestivo empequeñecimiento e intentan el reacomodo.
ninguno de nuestros sectores políticos da la talla para conducir el país, que solo piensan en la manera de sacar provecho al momento agudo o salvar su pellejo.
Frente a ello, la voraz izquierda envalentonada con la posibilidad de llevar agua para sus molinos y pescar a río revuelto, apenas si consigue dorar la píldora de sus demandas, que no tienen otro apetito que el poder. Lo sienten demasiado cerca como para dejarlo escapar.
Es cierto: el indulto a Alberto Fujimori ha reabierto heridas y desatado furias sinceras y justas en quienes consideran que no correspondía concederlo, principalmente los deudos de las víctimas de crímenes cometidos por grupos militares durante el gobierno del expresidente, pero esa dolorosa causa es utilizada y manipulada por las dos facciones comunistas (la de Arana y la de Glave), aunque con ello hagan sentir al extremismo que también ha llegado su momento.
Si aquello sucediese en el seno de una familia o de una empresa, ¿cuál tendría que ser la posición más equilibrada que conduzca a superar el dilema, a salir de la encrucijada? ¿Patear el tablero y empezar de nuevo otra vez, perdiendo todo lo logrado? Sin dudas, no; se explorarían más bien todas las vías con el propósito de que las pérdidas sean mínimas, y las relaciones familiares o la salud financiera de la corporación sufran la menor mella posible.
Aquello es lo sensato: mirar más allá de la coyuntura, de la crisis, de momento. Pero las facciones en disputa consideran que hay que tirar el agua sucia de la bañera, aunque el niño esté adentro. Con todo y niño, y al diablo, pues. Con todo y país, y estabilidad económica, y generación de empleo, y crédito internacional, e institucionalidad y Constitución y democracia.
¿Cuál tendría que ser la posición más equilibrada que conduzca a superar el dilema, a salir de la encrucijada? ¿Patear el tablero y empezar de nuevo otra vez, perdiendo todo lo logrado?
La facilidad con que proponen y pretenden echarlo todo por la borda nos habla únicamente de irresponsabilidad, compartida claro está con quien nos gobierna y ha creído posible sobrevivir practicando la política del avestruz.
Sin embargo, mientras las decisiones se tomen dentro del marco constitucional, nos gusten o no, la única oportunidad de salvar la crisis es propiciar la continuidad a toda costa. La estabilidad política que genera la económica. Y al cabo de cinco años de reflexión sobre todo el proceso vivido, tomar mejores decisiones.
Recobremos la cordura y no nos dejemos llevar ni por los cantos de sirena ni por la furia justificada ni por la indolencia de quienes pretenden que aquí nada pasó.