Señor presidente:

 

El país ha pasado momentos de zozobra y angustia por lo que parecía su inminente destitución y la vacancia presidencial. Como usted lo sabe, la preocupación de los peruanos no era principalmente usted, porque aunque ha dado algunas explicaciones que pueden tener cierto sentido, y queda claro que no ha tomado dinero del Estado ni ha recibido dineros directamente de Odebrecht, no se han despejado todas las dudas y queda mucho por aclarar respecto de en qué medida o no usted utilizó el aparato estatal para su beneficio.

Lo que nos preocupaba, señor presidente, es la estabilidad política y económica del país. No nos merecemos, después de tantos años de esfuerzo, que una torpeza o viveza suya –según sea el caso, se sabrá en su momento– nos hiciera perder lo logrado, no solo en cifras, sino en confianza. La propia y la ajena, que es el bien más valioso y más difícil de conseguir.

En mi caso, me preocupaba un aspecto igual de importante, aunque poco comprendido por nuestros compatriotas: la estabilidad jurídica y sus implicaciones políticas. Porque aunque su abogado no se lo dijo, sabiéndolo como se comprobó en su alocución ante el Parlamento, la moción de vacancia por incapacidad moral era ilícita no porque las causales para ese supuesto “juicio político” acerca de su conducta moral fuesen insuficientes o no, sino porque esa figura jurídica significa otra cosa.

Juristas del Colegio de Abogados, de la PUCP y de otras instituciones nacionales e internacionales, coinciden en señalar que “incapacidad moral” es un término tomado del derecho canónico, trasladado al derecho francés y de ahí trasplantado a nuestra Constitución, para prever la situación en que un presidente pudiese sufrir algún problema de salud mental que lo incapacite (o discapacite, en términos actuales) para tomar decisiones morales, que impliquen distinguir entre lo bueno y lo malo, en términos éticos y prácticos.

Como usted sabe, la lengua es dinámica y las palabras van adoptando nuevos significados con el tiempo de acuerdo con las ideas de cada época. Ayer decíamos “incapacitados”, “lisiados”; hoy decimos “discapacitados”: es más, los terapeutas corregirán y nos harán decir “personas con discapacidad”. Ayer decíamos “locura”, hoy decimos “problemas de salud mental”. Ayer se decía “moral” en algunos casos –como este– para referirnos a “intelectual”. En ese sentido la Constitución no actualizó el término, pero eso no anula que su propósito al incluir la “incapacidad moral” no era juzgar la conducta del presidente, sino su salud mental, para que la Presidencia no terminase descabezada.

Para algunos esto es secundario; lo que les importa es “la coyuntura política”. Pero ¿qué sería de la política sin la ciencia jurídica? ¿Cuál sería su soporte? Por eso me pareció un riesgo innecesario el que su abogado Alberto Borea le hizo atravesar. Felizmente, otros factores evitaron su ilegal destitución, pero el peligro sigue latente.

Como explico en un artículo, la raíz de esta evasión que hacen Borea y otros juristas devenidos en políticos es que, tal como se la quisieron aplicar a usted, se la aplicaron ilegalmente a Alberto Fujimori el año 2000. No digo que no correspondiera vacar la Presidencia en su momento: digo que en lugar de usar los mecanismos constitucionales que se tenían y tienen a la mano en el artículo 113 (aceptar su renuncia y declarar la vacancia, o declarar la vacancia por ausencia permanente del país), prefirieron interpretar el texto constitucional de una manera que significase responsabilidad política y penal para el expresidente.

Fue un error. Al calor de la contienda política. Un error por el que usted y el Perú pudieron haber pagado. Por el que los presidentes que vengan podrían pagar. Todo porque esa generación de políticos es incapaz de admitir su error. Prefieren recurrir a sofismas y cabildeo.

Pero esa noche, señor presidente, los peruanos queríamos que la institución se salve. Y se salvó a pesar del riesgo innecesario y a pesar de sus propios errores como empresario y como político. En cierto modo nos defraudó, y usted lo sabe, por eso se disculpa. Pero creímos que la estabilidad política y económica del país estaba por delante. Y que sus posibles responsabilidades administrativas o penales las tendrá que afrontar en su momento.

Por eso, ahora que usted tiene la oportunidad de concluir su mandato, haga las cosas bien. Sobre todo, tomando en consideración su edad, deje un legado. Un legado permanente, no con miras a evitarse problemas en los siguientes cuatro años, nada más, sino todo lo contrario: comprándose el pleito del país, encarando los males que llevaron a esta crisis, aunque eso le signifique más problemas.

Los peruanos se lo sabremos agradecer, y lo apoyaremos.

Se dice que usted ha negociado con el bloque que encabeza Kenyi Fujimori la conmutación de la pena de su padre o el indulto. La palabra negociación no me parece la más apropiada: entiendo que desde antes de ser presidente, el indulto es una idea que le ronda la cabeza. Y que ha establecido una amistad con el menor de los Fujimori a través de su esposa. Y que en ese sentido no sería el fruto de un negocio, sino de un entendimiento.

La política es eso, entendimiento. Por eso, si usted ha decidido alguna de esas gracias presidenciales, aunque a muchos peruanos –sobre todo a las víctimas de los abusos de los años noventa– no nos parezca correcto que una persona deje de cumplir la pena que le impuso la justicia peruana, salvo por una causal humanitaria, es su prerrogativa como presidente, le dimos esa facultad cuando lo elegimos.

Pero esa gracia no debe otorgarse sin condiciones. Después de lo que hemos vivido en esta semana a consecuencia de un estilo de hacer política prepotente y manipulador, precisamente de la agrupación que encabeza Keiko Fujimori (apoyada por quienes han sido sus aliados en muchas ocasiones desde 1989, esto es, el APRA, y de una agrupación liderada por el excura Marco Arana, cuyas bases ideológicas contemplan el sabotaje a la democracia como estrategia permanente), es necesario que usted condicione la gracia presidencial a un mensaje del exmandatario en el que pida perdón a los peruanos.

Alberto Fujimori debe aprovechar esta oportunidad para decirle al Perú cuánto siente haber subvertido el orden constitucional, así haya sido en nombre de cualquier buen propósito, si lo hubo. Debe pedir perdón y clemencia a los deudos de todas las víctimas de los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, Policiales y servicios de Inteligencia, durante su régimen; si no se considera penalmente culpable, debe al menos admitir su responsabilidad política y declarar enfáticamente que se somete y respeta las decisiones de la administración de justicia.

Pero, sobre todo, su mensaje debe incluir un llamado a todos sus seguidores, partidarizados o no, para que se comprometan a nunca más tomar las mismas decisiones que él y su entorno tomaron durante la década de los noventa; es decir, que se comprometan a jamás atropellar la Constitución, las leyes y las instituciones. No importa si lo escuchan o no, si lo hacen o no, pero así su deuda política con el país disminuirá considerablemente y, quizás, las nuevas generaciones puedan ponderar también lo que hizo bien.

Acto seguido, señor presidente, es necesario que usted desactive esta bomba de tiempo que resulta la errónea interpretación de la “incapacidad moral” como “mala conducta ética”, que ha dado lugar a arbitrariedades políticas de uno y otro lado. Así, debe presentar un pedido al Tribunal Constitucional para que se pronuncie y determine, de manera taxativa, qué se debe entender y qué no como “incapacidad moral”, no solo cuál es el procedimiento para llevar el proceso, asunto sobre el que ya se pronunció anteriormente.

Otra salida sería una propuesta de reforma constitucional que incluya la precisión del término como “discapacidad mental o física permanente que impida el ejercicio presidencial”, con un proyecto de reforma al reglamento del Congreso en el que se precisen los procedimientos paso a paso: qué organismo médico debe ser el autorizado para dar un informe al respecto, qué términos de diagnóstico son los que se esperan para que proceda la moción de vacancia, entre otros.

Pero no creo que usted ignore que el país y la oposición política han tocado un nervio agudo en su caso y en el de los demás expresidentes y funcionarios cuestionados por el casoOdebrecht: la posibilidad de que sean permeados por la corrupción, que saquen la vuelta a la ley. Por eso mismo, usted debe encabezar también una propuesta de reforma constitucional que proponga incluir entre las causales de suspensión temporal del ejercicio presidencial y ulterior destitución, la flagrancia en cualquier delito de corrupción previamente tipificado.

Es usted, señor presidente, quien debe dar el ejemplo, más allá del discurso florido y el mea culpa. Pase de las palabras a los hechos y encabece esta propuesta, a fin de que se llene un vacío constitucional que nuevamente derive en crisis política para usted o quien le suceda en el cargo. Impida que nuevamente una mayoría desbocada ponga en vilo al país usando una figura indebidamente por razones subjetivas. Háganos ese favor.

Y, finalmente, sea usted quien proponga cambios constitucionales también en lo que a la representación nacional se refiere. Porque es muy claro que no hay voluntad política en esta mayoría para autorregularse, y es un clamor ciudadano que los congresistas realmente nos representen. Ponga las bases para no sufrir otra vez espectáculos que denigran a la Nación, para que se suban los requisitos para lograr un escaño (un grado académico al menos), se impida la elección de personas que deben impuestos o tienen procesos judiciales. En resumen, para que haya más filtros y más control político en todos los niveles.

Son cambios políticos que quizás no den réditos inmediatos, pero son la base para una estabilidad institucional que propicie prosperidad y crecimiento. Inclusive si estas propuestas fuesen obstruidas por el actual Congreso, su iniciativa sincera, proactiva y perseverante, será para los peruanos un aliciente, y para los futuros administradores de la Patria, una inspiración que tal vez recojan y hagan efectiva cuando les toque la hora.

Señor presidente, tome estos votos. Hágalos suyos. Lo han acusado de no ser nada más que un lobista, como si eso fuera un pecado per se, cuando sabemos que se puede hacer lobbies en buena ley y lobbies con malas artes y hasta delictivamente. Sea usted de los primeros, y ahora, que ya lo ha conseguido todo lo que muchos quisieran en la vida, haga lobbie por el Perú. Sea el lobista que el Perú necesita.

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