Es muy respetable lo que ha significado en términos religiosos para la población católica del Perú la visita del papa Francisco I. Pero como bien han insistido sus defensores, cuando se ha hecho alusión a los gastos que significaría para el erario, se ha tratado no solo de una visita en su condición de líder máximo de una religión universal, sino también de una visita oficial, y en ese sentido ha de evaluarse también.
En su condición de jefe de Estado del Vaticano, Francisco I cumple una función política que no se puede soslayar. Por eso mismo, es imposible desligar sus palabras como gobernante de sus declaraciones como sumo pontífice de esta rama cristiana. Así lo ha decidido él mismo desde el momento en que ha accedido a realizar un servicio religioso en instalaciones militares pertenecientes al Estado peruano.

En ese contexto, no se olvide que Roma jamás ha renunciado a su pretensión de primacía frente al poder secular. Apenas aceptó la nueva situación cuando las circunstancias lo obligaron, pero en lo que respecta a su doctrina política, en cuanto le es posible, procura mantener las máximas prerrogativas posibles hacia su personal, clerical o laico, como se deja ver en el caso Sodalicio.
Por eso, no es impertinente la pregunta que lanzó el periodista de La República sobre este escándalo, pese a las recomendaciones oficiales de no hacer referencia al tema, que los demás colegas acataron sin dudas ni murmuraciones. No es posible insistir en un trato como líder religioso para ciertas materias y en un trato como líder político para otras. La doble moral hay que señalarla vigorosamente.
¿No hacía esto Jesús de Nazaret cuando reclamaba a las autoridades político-religiosas de su tiempo “colar el mosquito, pero tragarse el camello”; es decir, hacer cuestión de Estado por razones menores, como la chismografía que se le atribuye a ciertas órdenes religiosas, pero pasar por alto los asuntos verdaderamente grandes e inocultables, como los abusos sexuales a menores de edad cometidos por religiosos católicos?

Las respuestas en Santiago de Chile, Trujillo y Lima, son de terror. En una, el pontífice reacciona con no poca prepotencia hacia el periodista chileno, pese a que en el caso Karadima el encubrimiento del obispo Barrós es evidente. Él mismo ha debido admitir que su defensa a este “no fue feliz”, pero a continuación muestra poca actitud autocrítica cuando agrega que asegurar que su visita a Chile fue un fracaso es un “cuento chino”.
Y en el Perú manifiesta la misma indolencia frente a las presuntas víctimas de abusos del Sodalicio cuando oficia también una misa con un obispo igualmente acusado de encubrir estos crímenes, entre otros delitos. ¿Cuál es la defensa de Francisco I? Él señala: “Si yo condenara sin evidencia o sin certeza moral, cometería un delito de mal juez”. Sin embargo, ¿a cuántos acusados ha puesto a disposición de la justicia ordinaria?
Francisco I no puede desligar en ese sentido ni en otros su doble función: líder religioso y líder político. Por tanto, cuando los miembros del clero católico son acusados de cometer crímenes de ese calibre, el Vaticano que encabeza debe abstenerse de intervenir en cualquier forma o de proteger de manera alguna a sus subordinados. Le corresponde como jefe de Estado dejar actuar a la justicia de cada país.
Cuando los miembros del clero católico son acusados de cometer crímenes de ese calibre, el Vaticano que encabeza debe abstenerse de intervenir en cualquier forma o de proteger de manera alguna a sus subordinados.
Si remueve a los sacerdotes o laicos acusados hacia otras ciudades, regiones o países; si los llama al Vaticano y promueve un exilio dorado al eximirlos nada más de sus funciones; si ridiculiza a las presuntas víctimas dudando a priori de sus testimonios y permite que sus propios fieles las victimicen doblemente atacándolas en medios de comunicación, redes sociales y púlpitos, ¿de qué justicia hablamos?
Es muy respetable el sentimiento católico por la visita del Papa. No son tan verificables los supuestos beneficios al turismo y la imagen del país que se intentan vender de parte del Gobierno. Pero sí son incuestionables las incongruencias que ha presentado el discurso de la máxima autoridad política vaticana sobre la compasión, la paz y la humanidad si hacia las víctimas de los abusos no hubo más que gestos de desdén.