Será que la crisis política nos ha dejado extenuados, o a lo mejor es verdad –como ha dicho el nuevo mandatario peruano– que somos un país que nunca pierde la fe. Lo cierto es que el discurso de Martín Vizcarra ante el Congreso de la República parece tener un efecto descontracturante en el estado de ánimo nacional, que ayer no más pedía “¡que se vayan todos!”, y haber generado una receptividad positiva en la opinión pública.
Si uno revisa las redes sociales, que suelen ser un termómetro más cercano a la realidad que las propias encuestas, puede encontrar este talante. Comentarios que resaltan los anuncios del discurso, celebrados incluso en el propio hemiciclo con encendidos aplausos, como el de un nuevo gabinete verdaderamente nuevo y no parchado, o el deslinde respecto de los últimos hechos que desencadenaron la renuncia presidencial.
el discurso de Martín Vizcarra ante el Congreso de la República parece tener un efecto descontracturante en el estado de ánimo nacional.
Después ya se ponderan otros aspectos, como por ejemplo la referencia al tema educativo como un aspecto central de su gobierno, porque su gestión regional permite prever que no sea nada más una mención formal. También se destaca su anuncio de que no le temblará la mano en el combate contra la corrupción, el desmontaje y denuncia de cuanta estructura corrupta encuentre en la administración pública; o el énfasis en recuperar institucionalidad y la convocatoria a un pacto social.
Pero si uno va más a fondo, al modo en que se ha dirigido a la representación nacional y al país, puede ubicar en este mensaje a la Nación la sugerencia de un nuevo estilo de comunicación, más eficaz y estratégicamente mejor planteado, no solamente en relación con el de Pablo Kuczynski –uno de los más lamentables de la historia reciente–, sino también con el de los presidentes de las tres últimas décadas, excepción hecha de Alan García.

En comunicación, menos suele ser –por lo general– más. La clave de una comunicación estratégica reside, entre otros aspectos, en comprender que solo una mente clara puede comunicarse claramente. Que las ideas ordenadas anteceden a las palabras. Y que cuando se quiere comunicar demasiado, se termina no comunicando nada o casi nada.
El mensaje de Martín Vizcarra –a diferencia de las largas parrafadas presidenciales llenas de lugares comunes, tecnicismos y cifras con que nos agobian muchos mandatarios cada 28 de julio– ha tomado quince minutos en decir lo esencial, lo que la población y la clase política necesitaban escuchar y, además, en ser significativo. El resultado ha sido que la percepción pública lo considera ponderado, oportuno e, incluso, valiente.
Ayuda en ese sentido la comunicación no verbal del nuevo presidente. En segundo plano, cuando ha sido en cierto sentido la comparsa de otro personaje dado a los bailecitos, a las frases entrecortadas y vacías –sino también altisonantes, vulgares o inapropiadas– como PPK, se veía a Martín Vizcarra algo dubitativo. Se entiende ahora por qué: debía cargar un peso muerto ajeno, estilos que no son los suyos. Y eso a veces intimida.
ha tomado quince minutos en decir lo esencial, lo que la población y la clase política necesitaban escuchar y, además, en ser significativo. El resultado ha sido que la percepción pública lo considera ponderado, oportuno e, incluso, valiente.
En cambio, hoy lo hemos visto transmitir seriedad sin gravedad, compostura sin engolamiento, apostura sin disfuerzo. Se le ha notado franco, abierto, natural, en palabras y en gestos. Una comunicación no verbal que ha complementado muy bien un discurso puntual, relevante, sin aspavientos ni eufemismos, asertivo. Lo que se diría, genuino, auténtico.
Hablamos, desde luego, de comunicación y no necesariamente de política. Pero la política está hecha también de comunicación, no solo de hechos. Si no, observemos cómo acabó un presidente que solo supo comunicarse a trompicones con su pueblo y con sus adversarios.
Ojalá que este estilo comunicativo que inaugura Martín Vizcarra sea el augurio de sensatez y responsabilidad en el manejo de la cosa pública. Un punto de cierre y de partida, como dice él.