Escribe Manuel Cadenas Mujica
No se hace periodismo sobre periodistas: es una media verdad cuando se trata de poner sobre el tapete el modo en que la prensa peruana viene afrontando el nuevo escenario que se presenta con la liberación de terroristas de Sendero Luminoso, tras cumplir las condenas impuestas por la justicia peruana.
Como he mencionado en una publicación en redes sociales, corresponde al periodismo entrevistar al diablo, si esto fuera posible, para hacerle las preguntas esenciales, aquellas que pocos o nadie se atreven a hacer, así tales interrogantes hieran la sensibilidad que, de hecho, se encuentra a flor de piel en casos como este, con el fin de seguir construyendo la verdad en toda su dimensión.
Toca al periodista ser todo lo políticamente incorrecto que sea necesario en esos casos. No concuerdo, por eso, cuando se piensa o se expresa que deben existir personajes vedados para la labor periodística, se trate de asesinos, terroristas, violadores, genocidas, pedófilos o cualquier otro “monstruo” social. Ni tampoco temas tabú.
¿Qué decir, entonces, de las publicaciones que en recientes días han provocado olas de indignación o solidaridad, entrevistas a cabecillas del terror que han salido en libertad recientemente o saldrán próximamente?
No concuerdo cuando se piensa o se expresa que deben existir personajes vedados para la labor periodística, ni tampoco temas tabú.
En primer término, que quienes se plantearon la necesidad de poner en la agenda periodística el tema, y en el cuadro de comisiones las entrevistas, cumplieron con el ejercicio de su labor profesional: se trata efectivamente de situaciones noticiosas, por enojosas o desagradables que sean, y el deber del periodista es primero que nada para con la noticia. Se debe a ella por sobre cualquier otra consideración.
¿No es su primer deber para con la verdad? Claro que sí, en su condición humana; sin embargo, profesionalmente hablando, eso se aplica y evalúa en estricta relación con la noticia y en cuanto a la veracidad con que aborda los hechos de la misma, no en un sentido filosófico.
Por tanto, el interés noticioso en la liberación de estos terroristas es totalmente legítimo, así como el propósito de entrevistarlos. Tanto más cuando se trata de un personaje como Maritza Garrido Lecca, cuyos vínculos con la sociedad limeña suman un factor más a la noticiabilidad de su liberación, periodísticamente hablando. Solo un periodista despistado puede descartar el atractivo noticioso de ese factor.
Hasta ahí andamos bien. Sin embargo, todo periodista debe considerar otros factores más en el ejercicio de su tarea, relacionados con sus responsabilidades éticas y políticas. Porque solo un periodista ingenuo puede creer que cuanto publique no va a tener tales implicaciones.

Es entonces que será inevitable que se trasluzcan la naturaleza, orientación y consistencia de la formación política del periodista y de sus superiores a cargo de la publicación.
He leído con atención los cuestionamientos y la defensa que se hacen, tanto desde los medios aludidos como desde distintos artículos y publicaciones en redes sociales, y preocupa constatar que la mayor parte se concentra en los aspectos relacionados con la necesidad o posibilidad de perdón y reconciliación, así como el derecho que tienen o no los terroristas en cuestión de reorganizar su vida y ser dejados tranquilos.
Unos opinan con extrema compasión que la sociedad peruana no debe estigmatizarlos y que ya han cumplido con ella pagando la carcelería impuesta; otros señalan, furibundos, que “ni olvido ni perdón”, que la pena pagada ha sido poca y que se les debe tener bajo vigilancia extrema porque no han mostrado arrepentimiento ni han pagado la indemnización correspondiente.
Como en cualquier polémica de este tipo, ambas posturas tienen alguna razón. Particularmente comparto más la segunda que la primera. Sin embargo, para dilucidar la pertinencia de las entrevistas que han aparecido, y sobre todo del modo periodístico en que lo han hecho, es menester tomar en consideración otros factores que rebasan estos criterios subjetivos y que profundizan más bien en el impacto que –más allá de cualquier subjetividad– tendrán dichos artículos en relación con las estrategias planteadas por los movimientos senderistas y prosenderistas para insertarse en la vida política del país.
En ese sentido, no parece bastar con que el periodista haya desperdigado las palabras “terrorista” y “asesino” a lo largo de un texto, si el resultado global resulta complaciente en el contexto de las estrategias mencionadas.
Todo buen comunicador y todo buen periodista saben que no existe la neutralidad periodística, y que el big picture importa mucho más que el plano detalle en la lectura final. Aquel viejo adagio de que “quien no es conmigo, contra mí es, y quien conmigo no recoge, desparrama” se aplica tanto que precisamente los medios autoproclamados “neutrales” u “objetivos” son los que tradicionalmente le han hecho más el juego –con voluntad o sin ella– a las agendas políticas subterráneas.
En ese sentido, no parece bastar con que el periodista haya desperdigado las palabras “terrorista” y “asesino” a lo largo de un texto, si el resultado global resulta complaciente en el contexto de las estrategias mencionadas.
No fue gratuita ni sorpresiva la carencia, en su momento (años 80), de resortes ideológicos en la sociedad, la educación, el aparato del Estado y los medios de comunicación peruanos con que enfrentar las estrategias pérfidas del terror, específicamente maoísta: sociedad y medios habían sido permeados y ablandados por casi un siglo de predicamento revolucionario.
Ese adormilamiento le pasó una dolorosa factura a la Nación.
Poco o nada ha cambiado.
Los últimos veinte años, la hegemonía cultural, educativa, política y mediática ha seguido un derrotero parecido. Los mecanismos democráticos han seguido atados de pies y manos a lecturas sociológicas y políticas permisivas, ambiguas, condescendientes, suicidas, desde dentro, pero también desde fuera a través de las distintas instancias de la justicia supranacional, en cuyo seno los lobistas del terror han prosperado y hecho prosperar a sus clientes y socios ideológicos para poner de rodillas al Estado y la sociedad peruana, para que se les termine pidiendo perdón.

En ese contexto, una conmovedora ingenuidad periodística vuelve a ser caja de resonancia del senderismo y del prosenderismo. Engranaje involuntario en su estrategia comunicacional para lograr estatus beligerante con que se allane el camino hacia un “acuerdo de paz” como el colombiano, a sabiendas que entre las fuerzas regulares de las FARC que han depuesto las armas y las huestes fantasmales de la muerte de Sendero Luminoso, que siempre aprovecharon las debilidades de la democracia para socavarla desde dentro, existe un abismo insalvable.
Descontextualizados en el papel, descontextualizados en la realidad; cuando el periodismo para sus artículos entrevista al diablo, no ha de dejarle nunca llevar a los lectores camino al infierno.