Histérica, exageradas, problemáticas, prejuiciosas, locas: añada usted los calificativos que alguna vez ha escuchado, ha dicho o se han asociado a lo largo de la historia a las mujeres.
Con mucha probabilidad pensará que quien escribe es otra de “esas feminazis” que ven al varón como el enemigo al cual hay que destruir, al que hay que poner en su sitio por siglos de opresión y violencia, y que seguramente “esta habla por la herida”. Sí, soy una sobreviviente, pero esto no se trata de mi experiencia personal, se trata de una realidad que debería avergonzarnos como seres humanos.
La violencia contra la mujer está incluida en nuestra cotidianidad como sociedad de una manera espantosamente normalizada: acoso de todo tipo, falta de paridad, brechas salariales, maltrato físico, psicológico y económico, y feminicidios.
La indolencia como consecuencia de la normalización de conductas y patrones de violencia machista ha hecho que, por ejemplo, pese a los gritos incesantes de niñas menos de 15 años, la sociedad continúe obligándolas a ser madres. Niñas, muchas de ellas menores de 10 años, víctimas de violación, son obligadas a llevar un embarazo para el cual sus cuerpos no están preparados y mucho menos su mente. Niñas doble y triplemente victimizadas. Niñas con la infancia destruida.

Mujeres atrapadas en situaciones de vulnerabilidad, de pobreza y violencia porque la sociedad y el sistema les ha fallado, porque sus agresores salen libres como si nada, porque las autoridades intentan hacerlas desistir de sus denuncias, porque la sociedad las culpa por “haber tomado”, por caminar solas de noche o por usar ropa “provocadora” mientras aplaude las muchas conquistas de los hombres y su varonil capacidad para tomar y seguir de boleto.
El sistema -que debería protegernos a todos independientemente de nuestro sexo- continúa tan roto que 7 de cada 10 mujeres en el Perú han sufrido algún tipo de violencia machista. Pregunte usted en su círculo cercano: esposa, madre, hija, hermana, prima, amiga, si a alguna le ha tocado vivir algo así y se sorprenderá, se lo aseguro, porque si hay algo de lo que las mujeres hablamos muy poco -o no hablamos- es de las cosas que tenemos que sufrir porque es lo que nos toca por el simple hecho de haber nacido mujeres.
Y esto último no es algo que nos parece o una percepción, oiga.
Estadísticas oficiales señalan que el 71,1% de las mujeres maltratadas físicamente por sus parejas no han buscado ayuda de ningún tipo o ni siquiera lo han contado a alguna persona cercana y entre las razones más poderosas señalan que porque “no era necesario” 47.8% o porque tenían vergüenza (14.7%). Incluso podría añadir de mi cosecha: ¿a quién no le han preguntado alguna vez, aquella vez que decidieron contarlo “qué hiciste”?.
Entonces ¿dónde encontrar refugio, ayuda o consuelo si ni siquiera la iglesia está libre del machismo? basta con recordar las infames declaraciones de Cipriani en las que insinuó que las niñas tienen la culpa de los abusos (y los subsecuentes abortos) porque “se ponen en como en un escaparate, provocando” o al “pastor” evangélico Cohelet Santana diciendo que “a la mujer se le puede pegar hasta 4 veces y luego arrepentirse”.
¿Qué nos queda? Nos queda a ayudarnos a nosotras mismas. Nos queda luchar para cambiar esa realidad. Apoyarnos unas a otras y buscar apoyo también.
–El Machistómetro-
La organización Manuela Ramos y Avon han lanzado una herramienta interesante. Se trata de El Machistómetro, en versión juego de mesa y también app (click aquí ).
El objetivo de El Machistómetro es que las mujeres podamos identificar las señales de alerta de machismo como expresiones de violencia, patrones, y conductas que pueden colocarnos en situaciones de peligro.
Las preguntas ayudarán a evaluar nuestra situación, reflexionar y tomar decisiones, es por eso que es importante contestar las interrogantes de la manera más honesta.
No estamos solas. Recuerda: si tocan a una, tocan a todas.