Escribe Manuel Cadenas Mujica

 

Como ha señalado el reconocido jurista Raúl Ferrero Costa, una virtud de la Constitución Política de 1993 fue incluir el mecanismo democrático de la posible disolución del Parlamento, para evitar un desequilibrio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo en una república como la nuestra que –como señala Juan de la Fuente, citando a su vez a Enrique Bernales– profesa el “presidencialismo moderado e inorgánico”.

Hizo esta precisión el exsenador en el marco de una pregunta sobre el eventual uso de este mecanismo por parte del presidente Kuczynski y las similitudes que podría guardar esa medida con el llamado “autogolpe” de Alberto Fujimori, del 5 de abril de 1992, con que disolvió el Parlamento.

Con impecable precisión jurídica, sin calificativos, y ajeno al apasionamiento político que suele generar este recuerdo en quienes como Ferrero Costa formaron parte del Congreso bicameral disuelto aquella vez y padecieron este atropello, trazó la analogía señalando que Fujimori actuó fuera del marco constitucional de la Carta de 1979, que no tenía previsto este mecanismo para frenar un eventual obstruccionismo parlamentario expresado en censuras consecutivas, pero que ahora PPK podría actuar con todo ajuste constitucional.

ahora PPK podría actuar con todo ajuste constitucional.

Además, señaló que ese mecanismo incluido en la Carta de 1993 había sido no solo refrendado por cuanto el Congreso Constituyente se convocó a instancias de la OEA, sino que además obtuvo la aprobación vía referéndum. Es decir, goza de total legitimidad en caso el actual gobierno considerase preciso recurrir a él en un escenario próximo.

Es evidente la importancia de considerar la opinión de expertos constitucionalistas que como Ferrero Costa no estuvieron precisamente involucrados en el proceso que dio lugar a la Constitución vigente, en el contexto de una ola de comentarios desde la bancada de Fuerza Popular, e incluso del APRA y Acción Popular, en el sentido de considerar una eventual disolución del actual Congreso como una medida antidemocrática o autoritaria, multiplicando consideraciones que no se ajustan al texto constitucional ni de forma ni de fondo.

Asunto distinto es considerar la pertinencia política del camino que va tomando el Ejecutivo desde la presentación de la cuestión de confianza por parte del censurado gabinete Zavala. Se puede diferir sin duda sobre la oportunidad, también sobre la eficacia, pero no sobre la legitimidad. Es posible que, en su lugar, otros políticos, otros presidentes, hubiesen preferido no tocar ese botón de emergencia. PPK sabrá afrontar el costo político de hacerlo.

Asunto distinto es considerar la pertinencia política del camino que va tomando el Ejecutivo.

Lo que sí preocupa es el nivel de diálogo que ha mostrado en este proceso la bancada mayoritaria, la calidad de sus argumentos, el tono y lenguaje de su discurso. Quien revise el talante de quienes conformaron la bancada fujimorista que participó en la Constituyente de 1993, añora los finos manejos conceptuales de un Enrique Chirinos Soto, de un Carlos Ferrero. Y no deja de sorprender que sean los propios fujimoristas quienes deploren las herramientas democráticas de una Carta de la que sus antecesores son principales autores.

En este y otros capítulos políticos recientes, la mayoría parlamentaria parece estar mirando a muy corto plazo. Concentrada en victorias pírricas como las medidas contra el transfuguismo, la censura a la ministra Martens y la negativa de confianza al gabinete Zavala, va despilfarrando su principal capital político, que es la viabilidad del actual modelo político–económico. No termina de entender que es el éxito de PPK, y no su fracaso, la verdadera garantía para sus aspiraciones presidenciales de 2021 frente a las fuerzas antisistema, que ganan territorio en la sensibilidad electoral a medida que se difunde la percepción de que no es PPK o el fujimorismo quienes no funcionan, sino el modelo.

Lo que sí preocupa es el nivel de diálogo que ha mostrado en este proceso la bancada mayoritaria, la calidad de sus argumentos, el tono y lenguaje de su discurso.

En ese sentido, aunque parezca lo contrario, PPK ha lanzado una mirada de más largo plazo. Bien ha percibido que las zancadillas de un Parlamento díscolo y revoltoso no ponen en peligro tanto al Gobierno como a las políticas de Estado que se aplican consistentemente desde hace un cuarto de siglo y que nos han salvado de las aventuras populistas.

Quién sabe en todo eso hayan pensado en su momento los autores de la Constitución de 1993. Lo que de seguro no previeron es que la crisis no provendría de los enemigos de esas políticas –la izquierda marxista– sino precisamente de sus aliados, de quienes se jactan a todos los vientos de haberlas implantado.

 

 

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