Escribe Manuel Cadenas Mujica

Si el país fuese gobernado por las encuestas, hace tiempo que viviríamos en la anarquía. Felizmente, la democracia ha previsto periodos de cinco años para los gobiernos nacionales y 4 para los regionales, a fin de que exista la posibilidad de trazar rumbos o enmendarlos acerca de procesos que toman mucho tiempo en consolidarse. Sin duda que habrá siempre materias en que la urgencia es apremiante, pero como se dice en buen criollo, cuando uno se pasa la vida “apagando incendios” no tiene tiempo para construir o atender lo importante.

Los males de nuestra nación, como un sistema educativo obsoleto e indigno de docentes y estudiantes, no nacieron con este gobierno, ni siquiera con el anterior, sino que hunden sus raíces específicamente en mediados del siglo pasado, cuando el crecimiento demográfico y la migración del campo a la ciudad superaron todas las expectativas y previsiones de un país en que las clases dirigentes vivieron siempre mirándose el ombligo, cómodas en su egoísmo.

La corrupción es el principal enemigo del progreso del país, pero también lo es la inmadurez política de pensar que al cabo de doce meses, SE va a salir milagrosamente de tales condiciones de la noche a la mañana.

Los peruanos condenados al maltrato y a morir sin atención, de lo que no se ha salvado ni siquiera la madre de un personaje público como es la ex ministra y congresista Ana Jara, conforman un drama cotidiano de inspiración dantesca, un círculo del infierno que, sobre todo en el caso de EsSalud, deben su grosera ineficacia a las prioridades políticas que dominan las decisiones administrativas, a la obesidad burocrática que impide destinar mayor presupuesto a infraestructura e implementación tecnológica como la digitalización de todos los procesos, porque esto último significaría, por ejemplo, un régimen de dieta estricta con pérdida de puestos innecesarios.

Nada de eso se arreglará en cinco o diez años. Peor aún si bajo el régimen de turno se permite que se cobijen expertos en “negociazos” como el doctor Moreno, o si se gasta quince mil soles en una casa de cartón como las de la reconstrucción, cuando se pudo gastar la mitad en una de madera o drywall.

La corrupción es el principal enemigo del progreso del país, pero también lo es la inmadurez política de pensar que al cabo de doce meses de un proceso gubernamental que ha recibido un país estancado por la pésima administración nacionalista y bajo un embalse de expectativas no satisfechas, se va a salir milagrosamente de tales condiciones de la noche a la mañana.

Es comprensible y esperado que las fuerzas de oposición deban realizar su juego democrático de fiscalización al gobierno actual, a fin de garantizar que cumpla sus compromisos. Pero ningún peruano que se precie de tal debería alegrarse, festejar o jactarse del 19 por ciento de aceptación y la altísima desaprobación que otorgan las recientes encuestas al presidente Kuczynski, como tampoco considerarlas como vox populi, vox dei porque en realidad no lo son. Sobreestimar el valor de las encuestas y a partir de ellas establecer la deslegitimación de este o cualquier otro gobierno, azuzando al ciudadano, es muestra de esa profunda inmadurez.

Las fuerzas democráticas no usan la democracia para complotar o dinamitar el sistema o el modelo, según convenga, so pretexto de encuesta alguna. Eso hay que dejarlo para extremistas como Sendero Luminoso. Los demócratas dan la voz de alerta, critican, denuncian, fiscalizan, incluso con fiereza, pero no se suman a la autodestrucción de quien considera que si no es con él, no es con nadie más, harakiri político en el que nadie gana y todos perdemos.

Las fuerzas democráticas no usan la democracia para complotar o dinamitar el sistema o el modelo, según convenga, so pretexto de encuesta alguna.

Dígamoslo claro: 19 por ciento de aprobación es, aquí y en cualquier parte del mundo, una señal de la que hay que preocuparse. Es síntoma de un malestar. Pero no es una decisión con autoridad democrática: eso ocurrió en junio del año pasado, en la segunda vuelta. Tampoco una señal de que todo ande mal. Ni siquiera de que se esté administrando equivocadamente el país, como pretenden concluir apresuradamente sus adversarios. Solo indica lo que es innegable: que en materia política y de comunicación, hay un pésimo manejo que empieza por el propio presidente cuando por ejemplo atribuye pachamancas y cebiches a otros países.

La prueba de que es así fue la coyuntura del Niño, cuando su nivel de aprobación subió como la espuma: el ciudadano común y corriente percibió el interés, preocupación y trabajo de PPK, lo supo valorar. Por tanto, al mandatario y su entorno les convendría darse por enterados que no basta con ser un buen gobernante –y ojalá lo termine siendo– sino también con parecerlo.

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